Es verdad que les haríamos un gran bien a nuestros hijos si le dejamos una herencia expresada en dinero, propiedades, estudios y otros bienes para que ellos puedan vivir en un mundo igual o más difícil que el nuestro. Pero detengámonos un instante, si el mundo en que vivirán traerá además de sus bondades y disfrutes, también sus dificultades y sus afanes, sus problemas y avatares, lo mejor sería enseñarles los secretos de vencer las dificultades y a eso se llama sabiduría. La sabiduría es la aplicación correcta del conocimiento a fin de solucionar los problemas y poder así disfrutar la vida.
Cuando aplicamos la sabiduría para vivir, nuestra vida se enriquece, se hace atractiva; aún los momentos malos tendrán su parte buena, podremos aprender de toda circunstancia y de toda relación. Es en este estilo de vida que nuestras historias se hacen dignas de ser oídas por nuestros hijos y de esa manera ellos desarrollarán más su capacidad y su pasión para vivir en este camino de la sabiduría.
Estas historias llenas de sabiduría infunden vida al conocimiento y el carácter que nuestros hijos tengan. Los hijos que crecen escuchando y viendo historias están mucho mejor preparados para vivir en la verdad. Por su naturaleza, los niños y adolescentes viven en su imaginación: en las historias. Sus mundos imaginarios son amplios y están llenos de maravillas, aventuras y dramas.
Las historias sabiamente escogidas aprovechan esto y los preparan para participar con sabiduría en el drama llamado Vida, acumulando experiencia improvisando sobre la trama con su imaginación moral. Para los niños así criados, toda su infancia y adolescencia es un ensayo para vivir como adultos.
“Podemos hacer y hacer, y acabar distanciados de nuestros hijos. El elemento ausente en tantas relaciones padre-hijo no consiste en hacer sino en estar”